Después de más de una década lidiando con la diabetes, la salud de Fermín Zabala se complicó estos últimos meses, al punto de llevarlo a un coma diabético y dejarlo al borde del abismo.
Durante cinco años, su cuerpo sufrió los estragos de la enfermedad, agravada por el estrés laboral y las exigencias del día a día. Sin embargo, con la ayuda de su familia, amigos y un equipo médico dedicado, Fermín ha logrado superar los momentos más duros que le tocó vivir.
Hoy enfrenta la vida con una nueva perspectiva, decidido a disfrutar cada instante que le queda, rodeado del cariño de sus seres queridos y sus seguidores, quienes le dan apoyo constantemente, ellos fueron su mejor medicamento para el alma.
– ¿Qué fue lo que le sucedió?
Hace 13 años que tengo diabetes, pero desde hace cinco años se me descontroló. Con el estrés de las madrugadas para ir al canal y las exigencias del trabajo, comencé a bajar de peso, se me disparó el azúcar y me afectó el corazón, al punto de llegar a un coma diabético. Estaba constantemente internado.
-¿Es verdad que pensó en lo peor?
Muchas veces. He estado inconsciente. En una de las tantas internaciones no sabía ni qué día ni qué hora era; permanecía dormido mucho tiempo. Mis hijos pusieron una cama al lado de mi cuarto porque temían que no despertara más. Soy un hombre muy fuerte, pero esto me estaba ganando.
¿Cuánto tiempo estuvo en el hospital?
Primero iba por una semana, luego por meses. Fueron varias veces que estuve internado; el hospital era mi hotel. Hace unos cinco meses entré en coma diabético, perdí el conocimiento. Hay cosas que no recuerdo porque prácticamente ya estaba al otro lado. Yo quería que me dieran de alta, quería morir en mi casa. Un día apareció un doctor del cual había leído mucho, un médico joven, diabetólogo. Él me dijo: “El gran Fermín Zabala, yo siempre quise conocerlo para curarlo”. Yo le respondí que también quería conocerlo para que me salvara la vida.
-¿Por qué antes no logró contactarlo?
Porque es un médico caro, para gente rica. Él me explicó que los
medicamentos se traían de Estados Unidos. Nunca pensé que las
pastillas fueran tan caras. Tomo 30 pastillas a la semana, con las
cuales gasto 1.500 bolivianos semanales, y una inyección que me ponen cada tres meses, que me cuesta 1.200 bolivianos.
– ¿De dónde sacó para estos gastos?
Rompí mi chanchito, vacié todos mis ahorros. Mis hijos, que son profesionales, me ayudan. Mi familia, mis compañeros del colegio y del canal también me han ayudado bastante. Mi azúcar no bajaba de 480; el doctor logró estabilizarla en tan solo meses. Mi corazón también me lo están controlando. Hoy tengo un buenequipo médico.
– ¿Cree que fue una prueba de Dios?
Siempre. Nosotros somos muy católicos. Esto, sin duda, fue una prueba, pero me aferré a la vida. Mi familia reza mucho y eso ayudó. A Dios no le puedo mentir, él lo ve todo.
– Si tuviera que pedir un deseo a Dios, ¿cuál sería?
Que me permita seguir disfrutando de la vida. Ahora tengo la fuerza de un toro; después de que no podía ni caminar, estaba en silla de ruedas y postrado en
una cama. Quiero seguir estando rodeado del amor de mi esposa,
mis hijos, mi madrecita y mi familia.
-¿La pasó mal los últimos meses en la televisión?
Los últimos cinco años, sí. No podía parar, necesitaba trabajar. Las exigencias eran duras y no podía detenerme. Cuando se complicó mi salud, paré, pero ya
era tarde; casi pagué con mi vida.
– ¿Cómo ha recibido el cariño de los cruceños que lo extrañaban?
Eso fue lo que me dio mucha fuerza. En el hospital hacían grupos de oración, iban a visitarme. La gente se acercaba a darme fuerzas. Cuando empecé a caminar de nuevo, iba al parque y allí la gente me daba palabras de
aliento. Siempre me daba tiempo para saludarlos.
– ¿Cómo vivirá en esta su segunda oportunidad de vida?
Quiero vivirla bien, que Dios no me suelte de la mano para que pueda disfrutar de estos años. Antes corría demasiado en mi vida; ahora quiero disfrutarla.
– ¿Qué tal su retorno a la televisión?
Yo tenía que volver en enero, pero recaí. Papi Nurnberg me esperó. Cuando me sentí recuperado, volví a mi segunda casa. Él es como un hermano mayor.